Desde la estación de Montreal cogemos el autobús que nos llevará a Quebec en tres horas más o menos. La ciudad de Quebec es un poco ciudad de cuento de hadas, rollo Praga pero sin nada que ver en cuanto a arquitectura pero si en cuanto a belleza, tanto el chateau Frontenac, actualmente un hotel de lujo, el Quartier Petit-Champlain, el parlamento de Quebec como el puerto sobre el río St Laurent hacen de Quebec una ciudad muy amena para una visita de dos o tres días. La ciudad vieja nos la recorrimos de arriba abajo e hicimos una visita guiada, la única gratuita de la ciudad, que fue la del Parlamento o Asamblea Nacional de Quebec, de una gran importancia por su significado nacional en cuanto a la identidad y su autogobierno. Cuál fue nuestra sorpresa que después de recorrer sus pasillos, explicarnos su historia y funcionamiento nos hicieron entrar en la sala donde los parlamentarios y consejo de sabios estaban debatiendo una ley sobre la dependencia de la tercera edad y como poder aumentar sus recursos económicos, muy precarios para el nivel de vida actual. En todas partes cuecen habas. Al día siguiente, igual que en Montreal con el festival de cine, Quebec se engalanó para despedirnos con una carrera ciclista que volvía a la ciudad después de 15 años y que toda la ciudad se volcó en su organización
Alquilamos un coche para dirigirnos hacia el Norte pasando primero por las cascadas de Montmorency, 30 metros más altas que las del Niágara pero mucho más estrechas. Subimos los 483 escalones, aunque Eugenie sólo contó 380, no se como lo hizo para dejarse casi 100 por el camino pero el hecho es que los subimos. La verdad es que son preciosas pero en Invierno deben ser un espectáculo aún superior ya que se hielan completamente. Una buena prueba de su popularidad es que sus primeras visitas datan de 1830, no tenía ni idea que existiera el turismo en esos años...... A lo mejor en esa época si que había 380 escalones. ¿Vendrá Eugenie de otra dimensión?.
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